domingo, 5 de mayo de 2019

MADRE SOLTERA O PADRE SOLTERO

MADRE SOLTERA O PADRE SOLTERO


Si estás criando a un (a) hijo (a) sola, estás en buena compañia.  Las familias monoparentales son muy frecuentes en nuestra sociedad.  Aquí te brindaré algunas ideas de como puedes criar a un niño(a) feliz y sano.

La crianza de un niño puede ser difícil en cualquier circunstancia. Sin pareja, hay mucho más en juego. Como padre soltero o madre soltera, tal vez, tengas la responsabilidad exclusiva de todos los aspectos del cuidado diario del niño.

Ser padre soltero o madre soltera puede suponer tener más presión, estrés y fatiga. Si estás demasiado cansado o distraído para brindar apoyo emocional o para ser constante en las medidas disciplinarias de tu hijo, pueden surgir problemas de comportamiento.

Encontramos entonces, en estas familias un padre/madre presente y otro ausente, que existe, claro, pero que por diversos motivos no participa en la vida de sus hijos(as). Tal vez porque viaja mucho, trabaja muchas horas, vive en otra casa, ciudad, país. Quizás partió un día y no volvió, no se siente competente, lo agobia la responsabilidad, no desea ser padre o simplemente no sabe que lo es. Algunos de estos padres resultan ser conocidos para sus hijos(as) y otros desconocidos, pero de alguna manera igualmente ausentes. 

Y con sus ausencias dejan dolor, confusión, rabia, frustración y un centenar de preguntas rondando en la vida de sus hijos(as). ¿Cómo es? ¿Dónde está? ¿Por qué no viene a verme? ¿Me quiere? Son algunos ejemplos de lo que ellos(as) podrían preguntarse. A su lado encontramos adultos agobiados, asustados, intentando responder a las preguntas que sus niños(as) les traen, muchas veces y en valiosos intentos de protegerlos(as), con verdades a medias o historias modificadas que creen pueden traer alivio y evitar más sufrimientos. Otras veces, como respuesta solamente el silencio.

Las familias con un padre soltero o con una madre soltera generalmente tienen menos ingresos y menos acceso a la atención médica. Hacer malabares entre el trabajo y el cuidado de un niño puede ser difícil desde el punto de vista financiero y puede generar aislamiento social. Es probable que te preocupes por el hecho de que tu hijo no tiene un modelo paternal o maternal para seguir.

Y así, en medio de la avalancha de sensaciones, emociones, pensamientos y preguntas que puede provocar en los(as) niños(as) la ausencia y/o abandono de unos de sus padres, escuchamos frases de adultos angustiados, con ganas de acompañar a sus hijos(as), de responder a sus preguntas, pero sin saber muy bien cómo. “Pregunta por el papá y no sé qué decirle” “le digo que está trabajando, que ya va a venir” “pregunta dónde está su mamá y si va a volver” “le cambio de tema, no quiero que sufra”. 

Padres atorados con verdades y niños(as) incómodos, registrando en el cuerpo que algo pasa, pero sin saber muy bien qué, manifestando incomodidades de diferentes formas que tienen que ver con sus particularidades, las características del entorno que los rodea y también con las posibilidades de elaboración y expresión que sus edades les permiten. “Llora por todo” “lo veo más agresivo, pelea con los amigos” “se hace pipí y antes no lo hacía” “ha bajado sus notas, ya no quiere hacer las tareas” “ya no duerme solito y se despierta en las noches con pesadillas”. Ejemplos de cómo las palabras son reemplazadas por otras formas de comunicar el malestar.

¿Qué podemos hacer entonces?… acompañarlos con la verdad

Todo ser humano tiene la imperiosa necesidad de compartir sus experiencias con quienes están en una sintonía y cercanía afectiva. Más aún cuando esa experiencia va acompañada de intensas emociones. Cuando esto no es posible nos sentimos solos, aislados. Es importante entonces, como punto de partida, el permitir y propiciar este espacio de encuentro en donde los adultos puedan servir de espejos a los(as) niños(as), ayudarlos a mirarse en esta vivencia y ponerle palabras a lo que están experimentando. 

Qué valorada podría ser por ejemplo una frase tan sencilla como “sé que tienes pena y yo te estoy acompañando” o “me doy cuenta que echas de menos a tu mamá/papá, ¿quieres un abrazo?”. Y de esta manera ir construyendo puentes entre adultos y niños(as), que nos permitan conectarnos y mantenernos disponibles, sin ocultar ni desviar la realidad.


¿Quiere decir esto entonces que si hablamos del padre ausente y lo que su falta genera en los(as) niños(as), evitamos que éstos niños sufran? La respuesta es un triste y rotundo no. La experiencia de ausencia y/o pérdida genera un proceso de duelo que es inevitable y que implica sufrimiento. Ahora bien, ¿Podemos acompañar este proceso y generar aprendizaje a partir de él? Sin duda que sí.
Hay una abismo de diferencia en la vida de un ser humano atravesando por los lugares más dolorosos de su existencia solo y otro que lo hace de la mano de quienes le brindan cobijo y consuelo. La experiencia de ser amorosamente consolados sin duda no borra la ausencia ni disminuye el sufrimiento, pero abre posibilidades. La de ser visto por otros, otros que con su mirada nos devuelven una imagen de nosotros mismos más completa, más coherente, y más capaz de enfrentar la adversidad. Otros que con sus presencias, gestos y palabras, nos enseñan a reconocer lo que sentimos, nombrarlo, darle un lugar y una expresión.
De esta manera, sabiendo las posibilidades que abre el acompañar genuinamente a los(as) niños(as), es que les debemos la verdad a sus preguntas. Una verdad simple, con palabras sencillas que ayuden a sanar y puedan traer alivio. Hablar con la sinceridad y transparencia que nuestras posibilidades como adultos y las edades de nuestros(as) niños(as) nos permitan, puede ser un bálsamo. 
También el otorgarnos la posibilidad de mostrarnos confundidos, sin respuestas (“no sé por qué no viene” “no sé por qué se fue” “no sé si va a volver”), genuinamente emocionados pero también disponibles (para abrazar, conversar, preguntar) permite a nuestros(as) niños(as) vivenciar que a pesar de los años y experiencias que nos separan, nuestra humanidad nos une. Y que es desde ese espacio en donde somos tan parecidos, que nace la posibilidad de conectarnos, de contenernos y cuidarnos. Sembramos, de esta manera, la semilla de lo que más tarde será su propia capacidad de cuidar y consolar no sólo a otros, sino que más importante aún, a sí mismo.
¿Y cómo hacerlo?

Ningún niño(a) es igual a otro y ningún padre/madre igual a otro(a). Las conexiones que generamos con nuestros(as) niños(as) son únicas, es un aprendizaje mutuo, una melodía que se crea y baila en conjunto. Cual músico tocando la nota precisa, cual bailarín danzando el paso justo, vamos encontrándonos con las posibilidades de acompañar. Para algunos una mirada tierna, para otros un abrazo cariñoso, o quizás un cuento que ofrezca la posibilidad de comprender. 
Para otros(as) más grandes habrá otras formas de acompañar, de abrir ventanas para conocer un poco más de sus historias, para reinventarse. Una foto del padre/madre ausente, un recuerdo, una canción preferida, un color de pelo. Hay tantas maneras de acompañar y contener como niños(as) y adultos existen.
Aun cuando el acompañar una experiencia dolorosa, en este caso de pérdida y/o ausencia de una de las figuras más importantes en la vida de un(a) niño(a), es un acto natural de encuentro entre dos seres humanos, que se va generando de forma creativa, respetando ritmos y particularidades, es importante tener en cuenta ciertas consideraciones:
1. Es muy común que los(as) niños(as) tienden a pensar (y no siempre a expresar) que todo lo que ocurre a su alrededor es su responsabilidad, y por lo tanto a sentir culpa. Por lo mismo es fundamental el destacar que lo que ha sucedido (que alguno de los padres no esté a su lado) no tiene que ver con ellos. Ellos no han hecho nada para provocarlo, es algo que ha ocurrido por razones que podemos desconocer pero que tienen que ver con la persona que no está y no con ellos(as).
2. Responder a sus preguntas con la verdad no es lo mismo que darles detalles de lo sucedido que pueden resultar innecesarios, perturbadores y que generaren aún más confusión. El apelar a la verdad tiene que ver con no generar historias o explicaciones que más temprano que tarde descubrirán que son falsas. Con poder ir entregando de a poco, cuidadosa y cariñosamente, considerando particularidades y edades de los(as) niños(as), información que les sirva para generar su propia comprensión de lo ocurrido. Es importante respetar sus propias elaboraciones, sin introducir las nuestras. Si los(as) niños(as) necesitan más información en general preguntan, si no lo hacen teniendo el espacio para hacerlo, es posiblemente porque no necesitan más.
3. Generalmente para un(a) niño(a) no es tan importante un relato detallado y extenso de lo ocurrido como lo que se le transmite emocionalmente a través de lo verbal y de lo no verbal (gestos, miradas, tonos de voz, etc.). Cuidemos entonces cómo les decimos y relatamos lo ocurrido, resguardando que los gestos y relatos que les brindemos no estén saturados de nuestras propias emociones de rabia, frustración, culpa. Para ello podría ser útil entonces preguntarnos: ¿qué me pasa con lo que está ocurriendo? ¿Cómo me siento? ¿Cómo me puedo cuidar de no transmitir esto a mi hijo(a)? ¿Será mejor que mientras me preparo para hacerlo, sea otro quien responda sus preguntas?
4. Dejar abierto el acceso a más preguntas, otros relatos, a pensamientos e interrogantes que vayan abriéndose camino a medida que el niño(a) crezca. Un relato estático, cerrado, al que no se le puede agregar nada, puede ser tan dañino como el silencio, porque al igual que éste no deja espacio a que sea el propio niño(a) el que se apropie de su historia, que generen su propia comprensión. Es importante que los(as) niños(as) sientan que pueden volver a preguntar cuántas veces lo necesiten, que sepan que no se los va a eludir ni mucho menos mentir.
5. Es posible que aparezcan preguntas que hablen de la diferencia entre las familias que habitualmente ven y la de ellos. Es una buena oportunidad entonces para permitirles contactarse con la diversidad y las diferentes formas de hacer familia. No todos somos iguales ni vivimos de la misma manera, pero sí nos parecemos en que vivimos en espacios emocionales en donde somos profundamente amados y respetados.

Es importante que también utilicemos algunas estrategias positivas para reducir el estrés de la familia:


  • Expresa tu amor. Recuerda elogiar a tu hijo. Bríndale tu amor y tu apoyo incondicionales. Reserva un tiempo todos los días para jugar, leer o simplemente sentarte con tu hijo.
  • Establece una rutina. Tener una estructura (por ejemplo, horarios regulares programados para comer y acostarse) ayuda a que tu hijo sepa qué esperar.
  • Busca una opción confiable para el cuidado de los niños.Si necesitas que alguien cuide a tu hijo habitualmente, busca un cuidador capacitado que pueda estimularlo en un entorno seguro. No confíes el cuidado de los niños únicamente a un niño mayor. Sé precavido a la hora de pedirle a un nuevo amigo o una nueva pareja que cuide a tu hijo.
  • Pon límites. Explica las reglas de la casa y tus expectativas respecto del niño (por ejemplo, hablar de manera respetuosa) y exige que se cumplan. Ponte de acuerdo con las otras personas encargadas del cuidado de tu hijo para que las medidas de disciplina sean constantes. Cuando el niño demuestre que está listo para asumir una responsabilidad mayor, considera la posibilidad de reevaluar algunos límites, como la cantidad de tiempo que tu hijo pasa frente a una pantalla.
  • No te sientas culpable. No te culpes a ti mismo ni malcríes a tu hijo para compensar el hecho de que tiene una familia monoparental.
  • Cuídate. Incorpora la actividad física a tu rutina diaria, lleva una alimentación saludable y duerme bien. Organízate para hacer actividades solo o con amigos. Date un respiro y organízate para que alguien cuide a tu hijo al menos unas horas a la semana.
  • Apóyate en los demás. Organízate con otros padres y túrnense para llevar los niños a la escuela. Únete a un grupo de apoyo para padres de familias monoparentales o solicita servicios sociales. Pide ayuda a tus seres queridos, amigos y vecinos. 
  • Mantente positivo. Si estás pasando un mal momento, puedes ser sincero con tu hijo, pero recuérdale que las cosas mejorarán. Asigna al niño un nivel de responsabilidad adecuado para su edad en lugar de esperar que se comporte como un «pequeño adulto». No pierdas el sentido del humor al afrontar los desafíos cotidianos.
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